Por ÓSCAR MARTÍNEZ

En su opúsculo Contra el ignorante que compraba muchos libros, cuenta el prolífico escritor sirio Luciano de Samosata que uno de esos ignorantes ilustrados compró por 3000 dracmas (es decir, por medio talento, unidad de medida equivalente a unos 26 kilos de plata) una lamparita de barro. Esta lamparita de barro no guardaba en su interior un genio que, al frotarla, le pudiera hacer recuperar la descomunal inversión y además contar todavía con dos deseos. Era una pobre lamparita sin más, que, sin embargo, ilumina una pequeña historia: al parecer, el filósofo estoico Epicteto había poseído una lámpara de hierro que le había robado un ladrón. Con su sabiduría estoica la había reemplazado sin más por otra más económica que le hiciera el mismo servicio: la de barro que acababa de adquirir el magnate para leer –presupone Luciano– bajo su luz y absorber de este modo y gracias a ella la sabiduría del anciano. La anécdota, como todas, es curiosa y habla por sí misma.

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