ÓSCAR MARTÍNEZ.— Hay una memorable escena de una película de Woody Allen –yo creía que de Manhattan, pero acabo de comprobar que es de Annie Hall– en la que un pedante de cola de cine alecciona a su pareja (y de paso al resto de la fila) sobre las teorías de Marshall McLuhan, hasta que este, saliendo de la nada, le dice que en su boca sus ideas suenan a falacia. Ese “efecto McLuhan” me infunde un tremendo pánico en las pocas ocasiones en que he tenido ocasión de presentar el libro de un autor o autora que además de estar vivo se encuentre sentado a mi lado. El caso es que el pasado 21 de octubre, en la librería Áurea, tuve la ocasión de experimentar ese vértigo en la presentación de los poemarios No todos volvimos de Troya (Reino de Cordelia, 2022) y Rumores yámbicos (Reino de Cordelia, 2024) de Maru Bernal. Jugaba a mi favor el hecho de que en Áurea me siento como en mi hogar y la certeza de que cuando Maru comenzara a recitar e interpretar sus versos nadie recordaría lo que se había dicho con anterioridad. Pero ahora desafío a McLuhan dejando por escrito algo de lo que sobre esos dos poemarios dije allí. Hoy invito a un café doppio.
Empecé por decir que bastaba por coger de las solapas ambos libros para leer que Maru Bernal nació a orillas del Mediterráneo, y que su etapa profesional como profesora de lenguas clásicas también la desarrolló a orillas de otro mar, siendo estas –su mirada tendente hacia las aguas y su vastísimo conocimiento del mundo clásico– dos de las coordenadas que atraviesan su acción poética. Otras dos constantes de su creación son su dedicación amateur al teatro como directora de Eos Theatron y su dedicación a la literatura, que se ha sustanciado en distintos volúmenes colectivos hasta llegar a los dos libros de los que me tocó hablar.
Empecemos con No todos volvimos de Troya (XXV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca), que toma su título del último verso del poemario y que nos sitúa en un territorio mítico tan concreto como bien conocido, el “Homérico Mediterráneo”, allá por el Egeo oriental. En este bloque emergen las figuras que acudieron y regresaron –efectivamente, no todos– de Troya y que fueron cantados por Homero y toda la tradición posterior. Sin embargo, Maru Bernal no se ciñe únicamente a esas fronteras míticas y literarias, porque en el bloque anterior (“De viejas culpas y nuevas redenciones”) transita por el escenario de la tragedia, dialogando a través de personajes como Medea, Orestes, Edipo, Antígona o Yocasta, con los grandes trágicos atenienses, Eurípides y Sófocles en particular. Con todo, es el primer bloque, “In illo tempore”, el que más reclama mi atención, ya que es menos común ver a los poetas modernos detenerse en la figura de Hesíodo, y la primera parte del libro es inequívocamente hesiódica: asistimos a la creación del hombre tras el diluvio de manos de Pirra, la esposa de Deucalión (el Noé griego), a los temores de la Noche en las noches primigenias, al robo del fuego por Prometeo, o a los espasmos de amor de Gea en su unión con Urano, y la discreción de Caos. Estas historias primordiales aparecen entremezcladas con las de los héroes antiguos (más aún que los de Troya) y otras muchas divinidades. Sin embargo, el dios que más aparece a pesar de que no se menciona es Eros: todo el poemario está lleno de Eros, una pasión, un deseo y un amor que en las páginas del libro es humano, divino, animal e incluso cósmico, como en estos versos que reproduzco aquí: Volvió Gea a tender las manos anhelantes, / bajó presuroso Urano a cubrirla con su abrazo, / sorprendió el Caos in fraganti a los amantes / sonrió para sus adentros y se retiró, / –caballerosamente–, / a cortejar otros universos.
Dejemos No todos volvimos de Troya señalando que entre tantos poetas griegos se vislumbra la figura de uno latino, Ovidio, que pasa de ser un figurante en el primer poemario a ser el actor principal de Rumores yámbicos (ganador del LXI Certamen Internacional de Poesía Amantes de Teruel). El yambo (una sílaba breve seguido de otra larga) es un metro muy especial de la lírica griega; alejado de de la grandilocuencia épica y trágica –en la poesía española tenemos ejemplos en versos tan célebres como “catorce versos dicen que es soneto”, donde las átonas hacen el papel de las breves y las tónicas de las largas–, se erige como el de las palabras llanas, el de la intimidad y la palabra sincera. Se trata por tanto del metro indicado para decirse las verdades, y lo que nos propone aquí Maru Bernal en homenaje a Ovidio (con algún guiño a Catulo) es un intercambio epistolar en el que cuarenta mujeres míticas y no tan míticas se dicen sus verdades con una sinceridad apabullante: madres e hijas (Hécate y Medea; Pasífae y Ariadna…), amigas (Circe y Calipso, Naama y Pirra…), hermanas (Antígona e Ismene, Ariadna y Fedra…), cuñadas (Andrómaca y Helena)…, conversan en Íntima complicidad / mano sobre mano. Asentadas en este libro, las imágenes del primero, aquí se sigue respirando el aire y las hierbas de un mar antiguo. Si en el primer libro la presencia de Eros permeaba todas las páginas, en este se detecta la presencia del principio femenino por naturaleza, la tierra en la que todo se enraíza, Gea. Con los versos Mujeres a contramarea / labran surcos de vida / en los diques del tiempo acaba el poemario, y como si de agua y tierra se tratase, Maru Bernal ha modelado la materia del mito y nos ha brindado dos libros en los que caben todas las historias y cabe el universo.
En mi boca mis explicaciones suenan a falacia, por lo que lo mejor es acudir a leer directamente los dos poemarios.
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