ÓSCAR MARTÍNEZ.— Cuando unos años atrás publiqué bajo los auspicios de Editorial EDAF el Manual de estoicismo (volumen que contenía el Manual junto a dos de las diatribas o disertaciones del filósofo Epicteto) titulé su prólogo “El puñal del esclavo”. El esclavo es claramente Epicteto, el maestro de estoicismo que fundó su escuela en Nicópolis cuando, una vez manumitido, fue expulsado de Roma junto al resto de filósofos por el emperador Domiciano. Por su parte, el puñal era el propio Manual, encheirídion en griego, el nombre que el historiador y militar Arriano dio al pequeño volumen que recogía las enseñanzas filosóficas que recibió de Epicteto durante el tiempo que atendió a sus lecciones en Nicópolis. En ese prólogo me remitía a las palabras de Simplicio, filósofo neoplatónico que comentó la obra en el siglo VI d.C.: «Se titula Encheirídion porque conviene tener siempre a mano y preparado para quien desea vivir bien. De hecho, el encheirídion militar es un arma que conviene tener siempre a mano».
Arriano, pues, había recogido de forma sintética las enseñanzas eminentemente prácticas de su maestro –que no puso nunca sus enseñanzas por escrito– en un volumen de filosofía que tituló Manual (de “mano”, que es lo que significa la palabra griega cheír, de donde proviene “quiropráctico”, “quiromancia” y tantas otras). Sin embargo, reflexionando sobre ello de cara al encuentro que mantuvimos tres traductores del Manual (David Hernández de la Fuente, en Arpa, Ignacio Pajón Leyra, en Alianza, y yo mismo) en https://espacio.pausanias.com/, la idea de aquel prólogo cristalizó en la intuición que expuse en esa conversación y que comparto en el café de hoy: el Manual “de Arriano” no consiste en una mera compilación de consejos estoicos aplicables a la vida, sino que observa un propósito y un diseño intencionado. Esto no es una novedad, porque A. A. Long ya lo había hecho ver en su How to Be Free. An ancient Guide to the Stoic Life (Princeton University Press, 2018) al sostener que en las 53 piezas de distinta extensión que componen el Manual hay dos partes: la primera hasta el capítulo 21, donde se concentra una tirada de admoniciones generales de carácter práctico; la segunda desde el 22 hasta el final, en la que las apelaciones y alusiones filosóficas van in crescendo hasta el broche final, resuelto con cuatro citas de figuras favoritas del estoicismo.
Tomando esto como punto de partida, la intuición se sustanciaba en lo siguiente: el Manual tenía en efecto la forma de un enchirídion, es decir, el pugio o arma auxiliar de los legionarios romanos –no olvidemos que Arriano era un militar–, que comparte raíz con nuestra palabra puño y puñal. Este puñal de legionario cuenta con una empuñadura sólida de la que parte una hoja que se va ensanchando y abombando hacia su mitad, hasta que vuelve a adelgazar y acaba rematada en una afilada punta.
(http://www.romancoins.info/MilitaryEquipment-pugio.html).
En este sentido, el primero de los 53 capítulos haría las veces de empuñadura e introducción, de punto de partida incuestionable y sujeción de todo lo que vendrá después: «De las cosas que existen, unas dependen de nosotros, otras no». El filo se expande a través de admoniciones de carácter general como las que leemos en el capítulo 8 («No te empeñes en que las cosas sucedan como deseas, desea mejor que las cosas sucedan como suceden, y tu vida discurrirá apaciblemente»), hasta que en el capítulo 22 la hoja se ensancha preparándose para englobar a los aspirantes a filósofos («Si tu anhelo es la filosofía…»), apuntando progresivamente, sobre todo en los capítulos finales, a las doctrinas estoicas (p.e., en esta alusión del capítulo 49 a uno de los primeros filósofos de la escuela: «Cuando una persona presume de ser capaz de entender y explicar los libros de Crisipo…»), y desembocando finalmente –capítulo 53 y último– en el recuerdo, a través de cuatro citas, de tres figuras admiradas por el estoicismo: Cleantes de Aso, sucesor de Zenón al frente de la Estoa, Eurípides y Sócrates, de quien refiere estas palabras que Platón puso en su boca: «Ánito y Meleto me pueden dar muerte, pero no hacerme daño», estoicismo en esencia.
Pues bien, esa fue mi intuición de una semana atrás a la hora del café de la mañana –desconozco si alguien la habrá sostenido académicamente previamente en algún idioma y en lugar–: Arriano no honró la sabiduría de su maestro con un recetario de saberes prácticos estoicos (más o menos instagrameables y tuiteables), con un prontuario de notas cogidas a vuelapluma o rescatadas de la memoria. Como dice mi amigo David Hernández de la Fuente, el Manual es un libro raro. Es un libro muy raro, pero que no carece de propósito y designio: el fuego que alumbra la fragua estoica pertenece sin duda a Epicteto, pero el herrero y forjador de este manual, encheirídion, pugio o puñal es Arriano. Es él el que puso en nuestras manos este instrumento de máxima precisión filosófica que nos apela de forma limpia, profunda y certera, un arma que nos conviene tener a mano.
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